En la tarde del 21 de diciembre de 2021 la sensación térmica había rozado los 40 grados, preanunciando un verano bravísimo para los rafaelinos. El movimiento de la ciudad era el propio de los días previos a la Nochebuena, febriles en circulación de personas y en las compras propias de las fechas. Sin embargo, no todos pensaban en el brindis navideño.
Erica Florencia Gómez, todavía de 19 años en ese momento, mantenía activo su celular. Estaba buscando droga. Marcó el número de Miguel Mendoza, alias Mosquito, y con un mensaje de voz le pidió si podía traerle una dosis. Le hizo saber de las urgencias que le indicaba su adicción. Mosquito prometió llevarle lo que necesitaba. De la buena. “Pega fuerte”, le recalcó. “Salgo en un ratito”, le aseguró Mosquito a Erica, para calmar sus ansiedades. Que sea en la plaza del barrio Italia, lo urgió el mensaje de Erica. Quedó pactado el encuentro. Sería en la plaza Italia.
A las 21.17, la Kika, como le dicen a Erica, mensajeó de nuevo. Si es en el barrio Italia, mejor, insistió. “Traème dos gramos. Tengo lo tuyo”, le remarcó. Una transacción anterior había quedado impaga y Kika, que a veces salía con algunos hombres por dinero, había podido hacerse unos pesos para saldar esa deuda. Mosquito, que para ese momento ya se había subido al Fiat 147 Spazio que manejaba su amigo Marcelo Sánchez y andaba haciendo repartos de droga, no sabía que esa noche él mismo saldaría otra deuda, más lejana en el tiempo, más definitiva: una deuda con Evelio “Yiyo” Ramallo, una deuda que pagaría con su vida.

La cita envenenada
“No me falles”, le insistió la Kika a las 21.18. Quería asegurarse la droga. O mejor: quería asegurarse que esta vez no habría desencuentros, como la noche anterior, cuando Mosquito se cansó de dar vueltas por la zona de la plaza en un vehículo utilitario y no pudo dar con la ansiosa y esquiva Erica. La Kika, que de tan insistente, tan ansiosa, tan inquisitiva y tan conocedora de los delivery había encendido un alerta en la mente de Miguel Mendoza. “No serás policía vos, no?”, le preguntó, alarmado. No. Erica no era policía. Lo que ahora quería era que Mendoza no sospechara nada raro y llegara a la cita envenenada. A partir de esa hora, y por los próximos 40 minutos, en el WS de Mendoza dejan de aparecer los mensajes de la Kika. No porque no los hubiera, sino porque la mujer los eliminó, buscando borrar rastros de un intercambio que la dejaba como la última persona que se había comunicado con las víctimas de un doble crimen horrendo. Y nada menos que para citar a uno de ellos al lugar donde lo matarían.
En el Fiat 147, mientras relojeaba la plaza Italia y el auto iba circulando por Destéfani, Edison, Avenida Italia y Jaime Ferré, haciendo tiempo, a Mendoza se le empezó a terminar la paciencia. A las 21.33 comunicó a su interlocutora que estaba en el lugar de la cita. Hubo una respuesta. Mensaje eliminado.
A las 21.45: “Sos o te hacés?”, preguntó, molesto, el Mosquito. A las 21.48, el hombre se puso más imperativo: “si no aparecés te bloqueo”. Más respuestas. Más mensajes eliminados. ¿Qué le decía la Kika para mantenerlo entretenido?
21.58. Otro mensaje de Mosquito. “Si estabas en la plaza…, dónde estás ahora?”. A las 22.01… : “en cuánto llegás”. Más mensajes eliminados. A las 22.01 otra vez: “ah, listo”. A las 22.06: Mosquito escribiendo…”en cuánto llegás”.
El Fiat 147, blanco en la noche, continúa dando vueltas y vueltas. Maneja Marcelo Sánchez, mientras Mosquito sigue dale que dale con el celular. El calor, insoportable en un auto sin aire acondicionado. Ventanillas abiertas. Codos afuera. Bollinger, Jaime Ferré, más vueltas. Una moto. Dos pibes. Chiquitos, flaquitos, casi nenes. Muy chicos para esa Honda CB1 en la que se movían. ¿Es ese el auto?. Sí, es ese. A seguirlo. Hay cámaras, pero estos pibes no saben. Tampoco les preocupa. No son rafaelinos. Los trajeron en remise para un trabajo bien remunerado: 150 mil pesos. Si hay buena puntería, 50 mil más. Yiyo les hizo llegar el mensaje de siempre: “se tiene que notar que es un ajuste de cuentas. Tienen que saber que somos mafia”.
22.06. “Estoy llegando” escribe Mosquito. “Cerca”, insiste. No sabe lo cerca que está de la cita con su destino. 22.07: otro mensaje de Mendoza a la Kika: “Te voy avisando que si no estás te lo perdés”. Otra respuesta de la Kika, mensaje eliminado. “¿cómo que estás llegando, boluda?”. ¿Intuyó algo, Mosquito? 22.08: otra vez Mosquito escribiendo: “ahí llego”. Otra vez la Kika eliminando mensajes. Otra vez Mosquito apurando: “no es que no quiero esperar, no puedo esperar”.
22:09. La hora fatal. “Me voy. Esperame que a la vuelta paso”, escribe Mendoza. Pensaba ir a la Terminal a buscar a su pareja, que volvía desde Córdoba. Fue su último mensaje. A las 22.10, ingresa el primer llamado al 911. Avisan que desde una moto dos pibes dispararon, a corta distancia, contra los ocupantes de un Fiat 147. Para Miguel “Mosquito” Mendoza no hay “vuelta”. La moto que desde unos minutos antes los venía siguiendo se le puso a la par, por el lado derecho. Hubo disparos, a la cabeza. Miguel Mendoza quedó sobre el asiento del acompañante. Marcelo Sánchez, que atinó a levantar el brazo derecho para intentar una defensa inútil, fue llevado al Hospital y murió menos de una hora después. En el barrio, en la vereda de la plaza, en la salida de la Grido, en los patios de las casas abiertas, ya se corría el rumor: los mandó Yiyo Ramallo, porque Mosquito se había quedado con droga de Yiyo.
El debate: la Kika, ¿es o se hace?
La trama del doble crimen que conmovió a la ciudad fue narrada por la fiscal Fabiana Bertero, en una extensa audiencia de medidas cautelares que se desarrolló en Tribunales, en medio de un fuerte dispositivo de seguridad que se prolongó hasta las 14.30. Antes, su colega Gabriela Lema, había resumido el modus operandi de la organización comandada por Evelio Ramallo desde la cárcel. Los roles, el papel de la madre, la hermana y la pareja de Yiyo. Las transferencias por CBU y billeteras virtuales, los que prestaban nombres y cuentas en blanco mover dinero, la compra de bienes, los dólares adquiridos en el mercado negro local para resguardar el poder adquisitivo de la banda. Y el rol de la “Kika”, Erica Gómez.
La imputada habló en la audiencia. Dos veces. Entre sollozos, apenas audible, sólo reconoció conocer a Tamara San Lorenzo, la prófuga “Gringa Jara”, a quien los fiscales acusan de ser la gerenta logística de la banda, la que alojaba a los sicarios, les daba de comer, les pagaba, y los aguantaba cuando se cometían los hechos. La que conseguía armas y se ocupaba de hacer inteligencia sobre las víctimas: “plantarle” amigos, clientes, contactos, lo que sirviera para luego darle datos a los sicarios. La Kika dijo que la Gringa Jara usaba su teléfono. Que esa noche estaba drogada y que el teléfono no lo manejaba ella, sino la Gringa Jara.
Para el defensor oficial de Erica Gómez, el Dr. Carlos María Flores, la Kika es una mujer vulnerable, que estuvo sólo dos meses en Rafaela, en noviembre y diciembre. Trabaja de recolectora en Mar del Plata, cobra una asignación para mantener a su hijo de 3 años, es adicta a las drogas. Para comprar esas drogas tiene que apelar al “oficio” más viejo del mundo. En su planteo, el defensor hizo muy bien su trabajo: no hubo emboscada, porque a Mosquito todo el mundo sabía dónde encontrarlo. Erica ni conoce a los demás miembros de la organización. Si apenas estuvo dos meses en Rafaela…Además, ahora está embarazada de dos meses. Y cuando la detuvieron la mandaron a Vera, porque en la Alcaidía rafaelina no hay lugar.
La jueza Cristina Fortunato escuchó a las dos partes. No se conmovió con el llanto de Erica. Porque la Kika, enfundada en un chaleco antibalas, con el pelo recogido en trenzas y rodeada de agentes policiales, dijo en voz apenas audible que tiene miedo. Que su teléfono lo usaba la Gringa Jara. Fortunato no le creyó. Consideró “determinante” su papel en la trama que culminó con las muertes de Mendoza y Sánchez. Estimó “a prima facie” que hubo efectivamente una emboscada, que Erica Gómez actuó muy inteligentemente ganando la confianza de Mendoza. Recordó que las fiscales demostraron que la noche anterior al hecho, ya Erica había citado a Mendoza al mismo lugar, presumiblemente con el mismo fin. Hubo un desencuentro que postergó el desenlace.
Resultó clave un testimonio, el de una mujer que está también imputada de integrar la banda, y que aseguró que la noche del doble crimen vio llegar a la “Kika” a una vivienda ubicada frente al playón de calle Entre Ríos. “Lo mataron, lo mataron…lo que no pudieron hacer… lo hicieron ahora”, escuchó. En la hipótesis del MPA, en esas palabras Erica estaba reconociendo que ya habían intentado citar a Mendoza en la noche anterior y el crimen no pudo concretarse. Erica estaba parando en un domicilio frente al playón, donde también merodeaba la Gringa Jara. Apenas ocurrido el doble crimen, la moto utilizada por los sicarios apareció en inmediaciones del mismo playón. La manzana nunca cae lejos del árbol…
Para Fortunato, no es creíble que la Gringa Jara, o Tamara San Lorenzo, tal su nombre real, haya sido quien manipulaba el aparato en la noche de los mensajes borrados. “¿Nos dice que estaba drogada y quería comprar más droga, pero después que era la Gringa Jara la que manipulaba el teléfono?”, se preguntó la magistrada.
Así las cosas, Erica Gómez deberá permanecer en prisión mientras avanza la investigación. Y queda mucho camino por recorrer para desentrañar la trama de crímenes, venganzas y violencia cuyo telón, de a poco, comienza a descorrerse.