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Hasta las manos: Obatta, con preventiva por el crimen de Orellano

Para el juez Bottero las evidencias presentadas por la fiscal Fabiana Bertero son "categóricas" para determinar "casi sin dudas" que Santiago Obatta es el hombre que mató a Federico Orellano en el Villa del Parque. Lo comprometen los testimonios de sus propios familiares.

28/09/2022
Hasta las manos: Obatta, con preventiva por el crimen de Orellano

La fiscal Bertero muestra testimonios fotográficos al juez Bottero, en presencia de la defensora Ronchi.

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Por M.G.

Mirándolo de frente y dirigiéndose a él, el juez Javier Bottero fue conciso y contundente al argumentar sobre el dictado de prisión preventiva para Santiago Obatta, imputado como autor material del homicidio agravado por el uso de arma de fuego de Federico Orellano, el adolescente asesinado en la madrugada del sábado en barrio Villa del Parque. Bottero consideró el «atinado criterio» de la defensa, ejercida por la Dra. Mónica Ronchi, que evitó cuestionar la materialidad del crimen, es decir, quién fue el autor del hecho: «hay un cúmulo categórico de evidencias que indican que Ud. fue el autor del homicidio», afirmó el magistrado. Fue más lejos: aunque en esta etapa de la investigación harían falta sólo indicios fuertes para fundamentar el dictado de una prisión preventiva, Bottero estimó que «casi no caben dudas» sobre cómo se produjeron los hechos, a partir de la cantidad de testimonios coincidentes -que incluyen el de varios medio hermanos de Obatta- y evidencias objetivas (manchas de sangre, arma homicida, entre otras) que la fiscal Fabiana Bertero expuso en más de una hora y media de exposición, durante la audiencia de medidas cautelares que se desarrolló em la mañana de este miércoles.
No es común que un juez se expida de manera tan contundente. En la mayoría de los casos, los magistrados intervinientes se limitan a pronunciar su decisión y dejan correr los plazos legales para fundamentar la resolución adoptada. En este caso, Bottero hasta alabó el criterio de la defensa. La defensora oficial, Mónica Ronchi, apenas se limitó a esbozar, sin mucho convencimiento, la posibilidad de que Obatta siguiera el juicio en libertad, mudándose a la casa de un familiar en Laguna Paiva. Para Bottero, «sería irrazonable y contrario a la lógica» suponer que la cantidad de testimonios coincidentes en contra de Santiago Obatta fueran una confabulación en su contra.

Violento y peligroso

Durante toda la audiencia, un policía no le sacó la vista de encima al imputado.

Durante toda la audiencia, Obatta tuvo a dos policías a 40 centìmetros detrás suyo a otro efectivo parado a un metro por delante, que no le quitó la mirada de encima en las dos horas de audiencia. Es que el imputado llegó precedido de una mala fama: irascible y violento, tenía a mal traer al vecindario.
Parece que sólo un par de mascotas que tenía lo acompañaban a todos lados. Tanto, que su madre -que fue de las primeras en enterarse de lo sucedido, aunque estaba en Laguna Paiva, porque fue notificada por teléfono por otros familiares-, preguntó donde se encontraba Santiago y alertó que si sus perros estaban en algún lugar, allì estaba él refugiado. En la madrugada del crimen, las cámaras de videovilancia mostraron algunos desplazamientos furtivos en el barrio y los perros aparecieron en escena para poner en la pista a los investigadores sobre los movimientos de Obatta luego del crimen.

Evidencias contundentes

La fiscal Fabiana Bertero invirtió casi una hora y media en describir los hechos. Todo pasó en un domicilio de calle Deán Funes 405. Allí hay tres unidades habitacionales: en la primera, que da frente a la calle, vive Máximo Rodrigo R., medio hermano de Obatta, junto a su pareja Guillermina. En la madrugada del sábado, además de los tres ya mencionados, estaban también presentes Gonzalo Nicolás I., que también es medio hermano de Obatta; Federico Orellano, Guillermo G., y Nicolás C.(menor de edad).

Detrás de la casa del frente hay dos departamentos internos más. En el fondo hay unos inquilinos que no están mencionados en la causa porque no tuvieron nada que ver con los hechos. Pero en el medio Débora I. (también medio hermana de Obatta),su pareja, Brian J. y los hijos de la mujer, entre ellos un bebé de sólo 5 meses.
La discusión original fue por dinero. Obatta le reclamaba a Orellano por el supuesto robo de 40 mil pesos. Algunos testigos mencionaron que estaban «fumados», luego de consumir una mezcla de sustancias -se habló de «crack»-, y uno de ellos incluso asegura que Orellano intentó irse de la casa pero Obatta lo volvió a traer.

Momento de la salida de Obatta de Tribunales.

La reyerta verbal parece que se prolongó durante bastante tiempo. Hasta que Obatta le puso fin: extrajo una «tumbera» cargada con cartuchos calibre 28 y primero golpeó al «Flaco» -como le decían a Orellano, de 17 años- en la cabeza. «Te voy a disparar un tiro en las piernas, te pensás que no me da?», lo desafió.
El tiro no fue a las piernas. Aunque las tumberas replican en parte el dispositivo de una escopeta y cargan proyectiles similares, se accionan ejerciendo presión con las dos manos sobre dos caños, uno dentro de otro, que hacen percutar el mecanismo de disparo. Esa operación se hace con los «caños» en la cintura, según describió Bertero. Por eso el disparo salió con trayectoria ascendente y fue a interesar órganos vitales.
Orellano se tambaleó. Dentro del reducido espacio del comedor donde se produjo el crimen, hubo una desbandada. Casi todos se fueron al departamento intermedio, a la casa de Débora, que estaba durmiendo. «Santiago lo mató al Flaco», le informaron. Mientras esto sucedía, Obatta y uno de sus medio hermanos, Gonzalo, sacaron el cuerpo de la vìctima a la calle y lo trasladaron hasta la vereda de un vecino, para dejarlo tirado allí: uno lo tomó por las axilas y el otro por los tobillos, por eso hay marcas de arrastre en el cuerpo. Y con eso se encontraron los investigadores cuando llegaron a la calle Deán Funes para tratar de desentrañar lo ocurrido.

Hielo sin derretir

Producido el hallazgo del cuerpo, en medio del silencio de la madrugada y la ausencia de personas en la vía pública, habia que descubrir qué y dónde había sucedido. A simple vista, los agentes vieron que en el frente de la casa de Dean Funes al 405 habìa un patio delantero donde sobre una mesa se observaba una bolsa de hielo que todavía se estaba derritiendo. Y no lejos observaron un cartucho rojo. Dedujeron que allí habían sucedido los hechos.
Para ese momento, ya descartado el cadáver, el arma y algunas pertenencias del infortunado Federico, Santiago Obatta había ido hasta el departamento del medio. Y lanzó la amenaza a sus familiares: entre otras cosas, vio a Débora llamando a la ambulancia. «Me vas a traicionar…. si cuentan algo a la policía los mato». Y le avisó que si sospechaba alguna entrega «a la gorra» iba a llevarse al bebé de Débora.
De allí, Obatta se fue hasta la casa de Santiago Estrada al 1400 donde vive su medio hermano, G. Estuvo un rato alli y decidió buscar refugio en otra casa, la de un sujeto que vive en Santos Vega al 200. Llamò un remise. Con capucha y lentes oscuros, le indicò al remisero la dirección. El remise tomó por Aristóbulo del Valle y en la intersección con Deán Funes, el remisero le hizo un comentario de ocasión sobre el operativo policial que se veía, con corte de calles. Obatta se hizo lo más chico que pudo en el auto y trató de ocultar su rostro. El dato no le pasó inadvertido al remisero, que lo relojeaba por el espejito retrovisor.
Al mediodía, a Obatta, que durmió unas horas, lo despertó el llamado de su amigo, que lo estaba despertando. Las redes sociales ya hablaban del crimen y de su presunta autoría. «¡Qué hiciste, loco?». Llegó la policía. Y se terminó la libertad para Obatta, que hacia un mes habia salido de la cárcel, luego de cumplir parcialmente una condena de 3 años por extorsión, y de ser declarado reincidente, porque tenía otra condena en una causa de 2011 por estupefacientes.
Ahora, lo espera un juicio en el que la expectativa de pena mínima será de 10 años y 8 meses, acusado por el homicidio agravado, amenazas coactivas y resistencia a la autoridad. Su condición de reincidente y su nula colaboración con la justicia -en la audiencia imputativa incluso esbozó no tener nada que ver con el hecho- le anticipan una condena mucho mayor.
A Federico Orellano nada de esto le devolverá la vida. La justicia, cuando dicte su fallo, apenas servirá para darle paz a su descanso eterno.

 

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